Querídisimo Federico.
Me ha costado años, dudas, incertidumbre y una valentía apática, que nunca aparece, dedicarte unas letras para honrar tu recuerdo. Palabras humildes que no son capaces aspirar a rozar tu talento ni esa manera tan tuya, tan apasionada y desgarradora, de describir el amor, la vida, la muerte.
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.
Tú, Lorca, que en Nueva York predijiste tu muerte, que los versos del otro lado del Atlántico son puñales que desgarran las grietas pero siembran las flores de tu querida Granada, que te llevaron demasiado pronto.
Que tu muerte fue el principio de tu leyenda.
Dibujabas los paisajes de tu tierra con palabras: traías el calor del verano y de los patios, rememorabas el olor a fruta fresca y a niños jugando en un mes de agosto, invocabas a la vida y a la muerte en bailes singulares, donde la tristeza, el perdón y el olvido las vestían con harapos destrozados pero con las máscaras más bellas que hayan podido crear unas manos mortales.
Le escribiste a la ciudad sin sueño, a la Gran Manzana, y qué diferente hubiese sido todo si hubieses decidido quedarte allí. Cómo hubiese cambiado la historia, tu historia, nuestra literatura, si te hubiesen dejado quedarte más. Si no te hubiesen llenado de plomo aquellos cobardes vestidos de azul, si no te hubiesen tirado como un simple deshecho a una fosa común con otros amigos, vecinos -¡escoria republicana, rojo de mierda! -.
Ochenta años han pasado de aquel enfrentamiento entre hermanos y seguimos sin poder darte la paz que mereces, Federico. Los años más oscuros de la historia de tu patria, manchados de sangre, de dolor y de sufrimiento. A ti, que escribiste los más bellos poemas a Granada y a Córdoba, que supiste encauzar tu duende hacia las elegías más desgarradoras, que creaste grandes obras de teatro, que te propusiste enseñar a aquellos que no sabían nada. Que fuiste un genio, pero ante todo, un indescriptible ser humano. Tu imaginario, tus poemas y tus obras son el legado que no pudieron callar las bombas ni la censura.
Federico, ojalá pronto podamos encontrarte y darte la sepultura que mereces. Mientras tanto, nos quedarán los atardeceres en la Huerta de San Vicente. Nos quedará tu alma abrazando a todo aquel que esté dispuesto a escuchar las historias que contaste.
Nunca has muerto del todo.
Lorca nunca ha muerto, no cuando nos hace sentir así aún en el 2016. Las palabras de Lorca viven y renacen cada vez que un chaval joven abre uno de sus libros y se empapa de sus letras hasta tal punto de que lo hacen crecer y cambiar.
ResponderEliminarNo, Lorca no ha muerto, porque sigue entre nosotros, en nuestros corazones rojos, en las ganas de luchar de nuestros ojos. Sigue en cada grito de libertad de las personas que creemos en un mundo mejor.
Lorca, ay, Lorca, él siempre está, dentro, muy, muy dentro, alguien que escribe así no puede irse nunca.
(y lo mismo digo de ti, Meren,
es una de las entradas más bonitas que he leído en mi vida, y de verdad que he leído unas cuantas. Gracias por traernos algo así, porque Lorca es un pepino, pero tú otro, florecilla).
abrazos fuertes,
y un poquito de las historias de Lorca
que siguen haciendo eco en cada esquina de nuestro recuerdo.
♥