Nocturno(s) - Algo parecido a un "te quiero" (II)

miércoles, 7 de enero de 2015


No podía dejar de mirar a Irene.

Tenía ganas de besarla de nuevo, de notar cómo sus manos cogían las mías con cierto temor, agarrándolas fuerte y apretándolas. Esa sensación de calidez que me había transmitido, a pesar de que sus manos estaban frías, era lo que llevaba esperando desde hace cierto tiempo. Y por fin había llegado.

Me levanté del sofá con un gesto ágil y me puse frente a ella.

-¿Qué te apetece beber?
-Lo que tú vayas a tomar. – Contestó de manera rápida, evitando mi mirada.
-Que sean dos cervezas, entonces.

Esbocé una sonrisa pícara y me dirigí a la cocina, en busca de un par de botellas de cerveza. Noté que me seguía, y decidí cambiar de rumbo y terminar en mi habitación. Entré como si nadie me estuviese viendo y me senté en el borde de la cama, esperando a que entrase.

No tardó mucho en atravesar el marco de la puerta y plantarse frente a mí.

Su nerviosismo ante la situación era hipnótico; el movimiento de sus manos, de sus ojos, incluso su respiración. La expectación que manaba de sus poros se podía tocar casi con las manos. Alcé mi mano para coger la suya, y la rocé suavemente. Ella, tímida, la agarró, y la invité a sentarse a mi lado mientras nos devorábamos con la mirada.

Le coloqué el pelo detrás de la oreja, y sin dejar de mirarla, puse mi mano en su nuca y me acerqué a besarla de nuevo. Quería recordar el sabor de sus labios, que se grabaran a fuego en los míos; la quería a ella tatuada sobre mi piel, poro a poro.

La tumbé en la cama sin dejar de besarla, cogiéndola de las manos y tocándola con delicadeza, como si fuese una muñeca de porcelana. Cuando llegué a sus piernas, una de sus manos agarró la mía por la muñeca y me susurró que parara, y me retiré inmediatamente.

-¿Pasa algo, Irene? ¿Estás incómoda?

-No, pero… No quiero ir tan deprisa. – Se irguió y se sentó en la cama. – Tengo muchas ganas de hacerlo contigo, de verdad, pero no me siento preparada. – Se mantuvo en silencio durante unos instantes y bajó la cabeza.- Lo siento.

-Eh, no hay nada que sentir. Y yo no te voy a presionar a que hagas algo que no quieres, ¿entendido? – Le dije levantándole la cabeza. – Quiero que confíes en mí, que tengas la certeza de que nunca voy a hacerte daño. Te lo prometo.

-No quiero que te sientas mal, pero es que he confundido demasiadas veces follar con hacer el amor y soy incapaz de desligar el sexo de los sentimientos. – Se acercó más a mí, y comenzó a hablar en susurros. – La primera vez que lo hice fue con un chico que me usó como su juguete cuando se aburría, mientras estaba con otra chica. Y me arrepentí de haberle dado algo tan… - Se calló, intentando buscar una palabra que lo definiese.

-Mío.

-Justo eso. – Se acercó todavía más. – Hacer el amor es entregarte a una persona en todos los sentidos, es darle toda mi confianza, y que la use. Es lo más cerca que puedes estar de una persona porque por un instante, te fundes con ella y eres un único ser. – Se colocó a la altura de mi oído. – Y yo quiero fundirme contigo y ser una sola persona, de verdad, pero todavía no. Quiero confiar todavía más en ti.

-¿Necesitas un salto de fe? Porque por ti lo daría.

-No. Sólo necesito saber que no vas a usarme para luego dejarme tirada como quién se olvida de un pañuelo en un banco, que no me vas a abandonar de manera repentina. Que, por favor, si te vas, me lo digas. No voy a intentar retenerte, ni hacer que vuelvas si decides irte, pero por favor, si te vas a ir, dímelo.

-No me voy a ir. No te voy a usar, ni te voy a abandonar. Te lo prometo. Me voy a quedar pase lo que pase, pase lo que no pase, o no pase lo que tenga que pasar. –Hice una pausa, meditando profundamente lo que iba a decir. – Te quiero conmigo.

-Yo también. – Dijo Irene en un tono de voz casi inaudible antes de volver a besarme.

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-Está lloviendo. – Susurró Irene en un gemido, agarrando con fuerza las sábanas. –Mucho.

Durante unos minutos, y mientras la escuchaba gemir mientras las gotas de agua golpeaban con fuerza los cristales, me concentré en provocarle el máximo de placer posible. Mi boca besaba y lamía con insistencia su sexo –suavemente, despacio, explorándolo todo–, mientras dos de mis dedos la acariciaban por dentro, buscando dónde tenía más sensibilidad, para seguir arrancándole pequeños gritos de placer. Me gustaba verla y sentirla así, cerrando los ojos, arqueando la espalda, agarrando mi cabeza, las sábanas o cualquier cosa a la que se pudiese sujetar, mientras yo me deleitaba con ella.

Estaba tan mojada como los transeúntes despistados que habían olvidado el paraguas y que caminaban corriendo por las calles de Madrid de madrugada, buscando un lugar donde poder secarse y esperar a que escampara. Y yo estaba haciendo justo eso: estaba haciendo que Irene lloviese. Y yo era la lluvia y su refugio al mismo tiempo; y podía secarla, volverla a mojar, secarla de nuevo, y seguir empapándola.

Y ella podía hacer lo mismo conmigo.

Un espasmo, seguido de un ronroneo largo, me indicó que estaba rozando con la punta de los dedos aquel cielo de lluvia, y que rompería en un trueno cuando lo alcanzase. Un mordisco muy suave sirvió para que se deshiciese en un aullido que inundó mi cuerpo con la fuerza de una tormenta.

Salí de entre sus piernas para observarla y tumbarme a su lado; estaba más bonita que nunca: su cuerpo estaba lleno de pequeñas gotitas de sudor, y su pelo despeinado tenía el aspecto de la melena de un león. Tenía todavía los ojos cerrados, su respiración estaba muy acelerada y jadeaba. Tenía aspecto de una fiera –una pantera–, y su cuerpo todavía latía bajo el ritmo del orgasmo. Y sin embargo, estaba tranquila, muy tranquila, como si todos sus problemas hubiesen desaparecido cuando alcanzó el clímax. Busqué sus manos y las apreté con fuerza contra mí, y apreté mi pecho contra su espalda.

-Eva…  –Susurró.

-¿Qué pasa?  – Respondí, mordiendo suavemente el lóbulo de su oreja.

-Gracias. – Hizo una pausa antes de hablar. - Me has tratado con mucha delicadeza, con todo el tacto que alguien podría desear mientas está haciendo el amor con otra persona, y también me has hecho sentirme como una diosa. Has hecho que sienta como nunca nadie me había hecho sentir.

-Por favor, no me des las gracias.

Nos mantuvimos en silencio durante un rato largo, escuchando la lluvia caer, abrazadas. Pasé mi mano por su rostro, acariciándolo con la yema de los dedos. Se estremeció y cerró los ojos con el roce de mi piel contra la suya, como lo había hecho unos minutos antes bajo la dirección de mi lengua.  De repente, Irene habló de nuevo.

-Antes, cuando ha empezado a llover con más fuerza, has subido el ritmo y te has… Animado, por decirlo de alguna manera. –Meditó un poco sus palabras antes de seguir hablando. – Me refiero a que ha sido perfecto, pero que he sentido más cuando ha estado lloviendo tan fuerte. ¿Puedo preguntarte por qué?

-Me gusta oír el ruido de la lluvia cuando estoy complaciendo a alguien.

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