La ecuación del eterno retorno.

domingo, 10 de abril de 2016



Volver. 

El eterno retorno del que tanto hablan algunos, es el regreso a los orígenes, a las raíces. Por mucho que no sean orgánicas y las hayas hecho tuyas mediante un injerto. Lo importante no es la sangre, sino lo que ésta representa, si es capaz de hacer que ese pequeño cúmulo intrincado de vivencias, tanto pasadas como presentes, que sujetan a la realidad el árbol de tu vida, puedan ser llamadas casa, hogar. 

El retorno puede esperar días, meses, años, incluso una vida entera. A veces puede llegar a no producirse. Es impredecible e imprevisible, desaparece tan rápido como aparece delante de tus ojos, y puede presentarse más de una vez en el transcurso de la vida. Puede ser cruel y no satisfacer, y dejar a la persona apátrida, vagando eternamente entre recuerdos, sin sensación de pertinencia a ningún lugar.

El retorno puede asociarse a multitud de ideas, objetos, lugares, e incluso personas. Puede estar marcado por momentos felices y por momentos de desolación y vacío. Puede ser el lugar donde más feliz has sido, el objeto que peores recuerdos te trae, la idea que te hace sentirte plena y la persona que más vacía te haya dejado. 

¿Por qué volvemos al lugar donde más felices y más desgraciados hemos sido? 

¿Por qué volver cuando se alcanza un punto de estabilidad?

¿Por qué volver cuando todo está en orden, en calma?

¿Por qué volver cuando ya no hay ni curvas peligrosas, ni alturas insalvables, ni pozos sin fondo?

Porque sin retorno, la vida se para, se colapsa y se congela en un punto concreto para no volver a latir jamás. Por mucho que se sufra, que duela. 

Sin retorno, estamos muertos.

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