Encuéntrate en una canción de Quique y que te duela. Encuéntrate en mis canciones y siente lo que he sentido yo: el desprecio, el daño, la falta de todo lo que me prometiste. La crueldad y el frío de tus palabras.
No me llevaste nunca a ver salir el sol, y olvidaste la promesa que me hiciste sobre ir a ver las estrellas después de haber soñado con ello. Destrozaste los acuerdos verbales y todo te pareció poco. Eras (y eres) un monstruo insaciable, ávido de carne, vísceras y sufrimiento. Jugabas a ver quién estaba peor, jugabas con mis sentimientos como si fuesen pelotas de malabares, pero de cristal. Me destrozaste y anulaste, y aun así todo te daba igual. Yo te daba igual.
Para qué fingir. Para qué seguir pretendiendo que todo iba bien. Hiciste de mis días un domingo permanente y amordazaste mi realidad hasta asfixiarla – costó recuperarla, costó reanimarla. No supiste afrontar nada y fui demasiado buena e inocente para ti.
Me usaste como un pañuelo y te lo perdoné. Me usaste como saco de boxeo y te lo perdoné. Me usaste como un trozo de carne para poder apuñalarme y te perdoné. Te perdoné herida, te perdoné sangrante. Te perdoné moribunda mientras te pedía clemencia y tú ignorabas mis súplicas como el tirano más cobarde de la historia.
Te perdoné porque tonta se nace y se crece, con la inocencia brotando en los dedos y suponiendo bondad hasta del Diablo –quizás sea el único sincero y clemente. Debilidades, las llaman. Fijación por el veneno, lo califico.
Que te encuentres en todo lo que me gustaba. Que me encuentres por la calle y tengas que bajar la mirada. Que sientas que te mueres por dentro si me miras. Que sufras como me hiciste daño a mí.
Que te mueras y ojalá vivas para contarlo.
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