-Entonces… ¿Así es cómo termina todo?
-No hay otra salida.
-Podría haberla si no fueses tan cobarde.
El sonido de las cigarras ocupó todo el espacio y engulló el silencio. Una mirada clavada en el horizonte, pensativa, aparentemente calmada, tragaba las palabras que acababa de musitar. La otra, con los ojos bien abiertos, de espaldas, intentaba aguantar las lágrimas mientras apretaba los dientes con fuerza.
-¿Es que acaso estás hecha de piedra? – Quiso gritar, pero las palabras de Elli terminaron siendo un susurro inaudible.
-Es mi manera de sentir las cosas. – Marlen dio una calada profunda a su cigarro y se levantó del banco, sin dirigirle la mirada a su acompañante.- Visto lo visto, no has entendido nada. Sigues siendo la misma niña ingenua que conocí hace unos meses.
-¿La misma niña? ¿Cómo te atreves-
-Elli, calla. Lo eres. Mira este comportamiento infantil ante una ruptura de una relación que estaba abocada al fracaso incluso antes de conocernos. Te sientes despechada, herida, y me odias aunque digas que me quieres. – Esbozó una sonrisa sarcástica y dio otra calada larga. – Seguirás siendo siempre esa niña que cree en los cuentos de hadas, que idealiza, que cree que existe el amor verdadero e inquebrantable… Y eso no son más que tonterías. Cosas que se cuentan para maquillar lo que de verdad se siente.
-Ninguna relación es perfecta.
-Nada es perfecto. Si de verdad lo fuera estaría ya muerta del aburrimiento de todo. –Dio el último tiro y lanzó la colilla al suelo. – Supéralo. Lo intentamos, no estuvo mal, ya. Tú decides si quieres torturarte con todo lo malo o salvar los muebles.
-Para ti todo es blanco o negro, ¿verdad? No hay grises en tu mundo, Marlen. En ese maravilloso mundo de adultos funcionales en el que te has instalado. Sientes lo mismo que yo pero en el fondo odias admitirlo porque odias parecerte a mí. Somos iguales y no te has dado cuenta. Te escudas en ese falso orgullo, superioridad y arrogancia, como si pensases que de verdad te van a salvar o te van a ayudar. – Elli comenzó a alejarse del banco donde estaba sentada Marlen. – Nada de eso te va a salvar a la hora de la verdad. Sigue recubriendo el escudo, que un día pesará tanto que no podrás levantarlo y se romperá en pedazos. Y entonces sabrás que tenía razón.
-No tienes ni idea de lo que dices. Ni siquiera me conoces.
-Te conozco mejor de lo que piensas porque, como te he dicho antes, somos como dos gotas de agua.
-Ni siquiera sabes lo que estás diciendo.
-Te crees más adulta por fumar, por ir siempre arreglada a todos sitios, por llevar el pelo recogido en una coleta e ir a trabajar como un maletín, pero en el fondo sigues siendo una niña. Alguien que busca comprensión y cariño pero que es tan arrogante que no quiere pedirlo porque va a hacerla débil. ¿O me equivoco en algo? – Se giró antes de marcharse definitivamente. – Tú sabrás lo que haces con tu vida. Pero ojalá te arrepientas de todo el daño que causas por intentar ser mayor cuando todavía te huelen los pañales.
Elli se alejó a paso rápido, dejando que las lágrimas bailaran libremente sobre su cara. En el banco, Marlen estaba sentada, apretando la mandíbula e intentando no llorar. Encendió otro cigarro con manos temblorosas mientras reflexionaba sobre lo que acababa de ocurrir: tenía razón, la conocía mejor que a ella misma, pero estaba interpretando un papel que no sabía cómo abandonar.
Y era demasiado arrogante y cobarde como para pedir ayuda.
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